domingo, 18 de septiembre de 2011

The Mothman (El hombre polilla)



The Mothman es una criatura inexplicable con grandes ojos rojos y alas grandes, como una polilla y ha sido visto justo antes las catástrofes más importantes del mundo.
La criatura a menudo parece no tener la cabeza, con los ojos rojos establecidos en su pecho. Se ha fotografiado y visto por testigos oculares y ha sido perseguido y acosado a un número de personas. El primer avistamiento de Mothman fue en noviembre de 1966 en Point Pleasant, Virginia. Dos parejas de recién casados viajaban por la Ruta 62, cuando vieron los ojos rojos y algo volar. Decenas de avistamientos fueron reportados en la zona poco después.

Un año después un desastre golpeó la ciudad de Point Pleasant, cuando se derrumbó el puente de plata y 46 personas murieron en el accidente. The Mothman fue visto en el puente antes del derrumbe.
María Fernanda Sanabria García

MITOS:TRITON

El dios del mar Tritón era hijo de Poseidón, el regidor divino de los mares, y de Anfritrite. Se le representaba habitualmente como una sirena masculina, una criatura con la parte superior del cuerpo de un hombre sobre una o incluso dos largas colas de pez. Sus atributos incluían un tridente y un largo y curvado cuerno hecho de concha. Tritón tenía el poder de apaciguar las aguas turbulentas soplando a través de su cuerno de coócha. Según algunas versiones, había gran cantidad de tritones y todos formaban parte del séquito de Poseidón.
Tritón fue de gran ayuda en la expedición de los Argonautas, los héroes que liderados por Jasón acudieron a bordo del Argo a buscar el Vellocino de Oro (ver Los Argonautas). En un momento del viaje, el barco quedó encerrado en las aguas del lago Tritonis, en Libia, del cual no podían encontrar salida al mar, historia que cuenta Apolonio de Rodas en su obra Argonáutica (siglo III a.C.)
Orfeo sugirió que debían usar el gran tridente que Apolo le había regalado a Jasón y ofrecérselo a los dioses de la tierra tan pronto como hubieron cogido el tridente apareció ante ellos el gran dios Tritón adoptando el aspecto de un hombre joven y les habló. Tomó un poco de tierra y la alzó dando la bienvenida diciendo: "Aceptad este regalo, amigos. Aquí y ahora no tengo a nadie mejor a quien recibir sino a extranjeros como vosotros. Si os habéis perdido, como muchos otros viajeros en tierras extrañas, y queréis cruzar el mar de Libia, yo seré vuestro guía. Mi padre Poseidón me ha enseñado todos sus secretos y yo soy el rey de su litoral. Quizá hayáis oído hablar de mí aunque vengáis de tan lejos". Eufemo, agradecido, extendió su mano para recibir el presente y contestó: "Mi señor, si algo sabes sobre el mar de Minos y sobre el Peloponeso, te rogamos que nos lo digas. Lejos de tener intención de llegar hasta aquí, hemos sido arrastrados a los bordes de tu tierra por una fuerte galerna. Perdimos el rumbo de nuestra embarcación y llegamos a esta laguna. Ahora no tenemos ni idea de cómo salir y llegar hasta la tierra de Pelops".
Tritón, extendiendo su mano, señaló el mar distante y la boca profunda del lago. Al mismo tiempo explicó: "Esa es la salida al mar, las aguas tranquilas y oscuras marcan el punto más profundo, pero a cada lado hay playas en los que varar; desde aquí podéis ver la espuma. Lejos, en la distancia entre ellas hay una estrechura. Una vez que estéis en mar abierto, mantened la tierra a vuestra derecha y abrazad la costa hacia el norte. Cuando se acerque a vosotros y se aparte de nuevo tendréis que salir por el punto hacia donde se proyecta y seguir navegando recto". Animados por el dios, los Argonautas siguieron su rumbo. Mientras tanto, Tritón tomó el pesado tridente y se sumergió en las aguas. Todos pudieron verle descender y, aun así, en un momento había desaparecido, cerca de ellos, con su tridente. ]asón sacrificó una oveja en la proa con las siguientes palabras: "Dios del mar, tú que apareces ante nosotros en las orillas de estas aguas, sé gentil y concédenos el regreso feliz que deseamos".
Mientras rezaba cortó el cuello de su víctima y la arrojó al agua. El dios surgió de nuevo de las profundidades ya no transformado sino en su verdadera forma, y, tomando la proa de la embarcación, los condujo hacia mar abierto. El cuerpo del dios, por delante y por detrás, desde la corona de su cabeza hasta su cintura y de los pies a la cintura, era como el de los otros inmortales, aunque desde ahí no era más que como el de un monstruo con dos largas colas terminadas en un par de aletas con forma de luna creciente. Con las aletas removía el agua de la superficie y arrastró al Argo a mar abierto, donde lo lanzó en su ruta. Después se sumergió en el abismo y los Argonautas gritaron de maravilla ante una visión tan pavorosa e inspiradora» (Argonaútica, Libro IV).
En otras historias, Tritón -o los tritones- también tenían otro lado menos benevolente. Como si fuesen "sátiras del mar", los tritones tenían la mala costumbre de molestar a las mujeres que se bañasen en el mar y a los hombres jóvenes. En cierta ocasión, cuando Tritón corneó a un grupo de seguidoras del dios del vino y la vegetación Dioniso en Boecia, hubo una pelea entre los dos dioses, que terminó en una derrota para el dios marino. El gran héroe Hércules también dijo que en una ocasión tuvo que luchar con un monstruo marino llamado Tritón.

LA PROCESION DE LAS ANIMAS

Doña Manuelita era una santa mujer; sumisa a su esposo don Camilo Briceño, bastante mayor para ella, tenía el puesto de Guarda nocturno en la antigua casa de Aduana y Agencia de Barcos "Ansaldo y Co". No tenían hijos pero aún así eran muy felices.
Sin embargo esta felicidad vino a menos, y el asunto casi le cuesta la vida a doña Manuelita, que se vio en alitas de cucaracha para que no se fuera al hueco. Y el motivo lo ocacionó la extraña y disparatada ocurrencia que el matrimonio tuvo de variar los métodos de vida que normalmente tienen los cristianos en todo el mundo.
Figúrese -nos decía la abuelita- que como el trabajo del marido era solo de noche, resolvieron variar los tiempos de comida y también los demás menesteres de un hogar corriente. De esta suerte, a las cinco de la tarde se levantaban de la cama, tomaban su desayuno, y en tanto don Camilo se iba a su trabajo, su mujer a sus quehaceres domésticos cotidianos, que antes solía hacer de día.
La gente gozaba con ellos, pero como eran tan buenos, nadie se metía a molestarlos y hay la iban pasando, ni envidiosos ni envidiados como dijo el poeta.
A las once de la noche le llevaba a su marido el almuerzo, a las tres de la madrugada un cafecito caliente con chilasquilas bien fritas, a las seis lo esperaba a comer y las ocho de la mañana se acostaban a dormir.
Así pasaron algunos meses y cuando ya se iba haciendo un hábito en ellos ese cambio en sus costumbres, he aquí que vino a ocurrirles lo siguiente:
Estaba doña Manuelita como a las doce de la noche un poco apurada en el lavado, restregando un poco de ropa en el patio, cuando oyó en dirección de la calle un rumor de gente rezando.
Extrañada y curiosa, salió a la puerta en el preciso momento que pasaba frente a su casa una procesión de gentes enlutadas. Iban rezando, llevando una cruz pequeña en una mano y en la otra una vela de esperma o de semillas de higuerilla, que eran las candelas de antaño.
Al cerrar su puerta una de aquellas personas le dijo tome, y le entregó una candelita.
Como estaba tan ocupada, distraídamente puso la vela por ahí un momento en un rinconcito atrás del baúl y se fue a hacer sus quehaceres. Dos días después volvió a ocurrir lo mismo y también una tercera y cuarta vez, y como en la primera ocasión, le entregaban la velita y ella la guardaba en el mismo rincón.
Un día amaneció, o mejor dicho atardeció enferma doña Manuelita y su marido la llevó al médico, pero como pasaba el tiempo y las medicinas no le hacían bien y estando sumamente delicada de salud, por consejo de las amistades don Camilo la llevó al sacerdote para que la confesara "por si acaso".
En realidad doña Manuelita estaba muy malita y el señor Cura creyó más conveniente suministrarle los Santos Oleos a fin de que en su ausencia no fuera a morir en pecado mortal.
Como el aposento estaba un poco oscuro pidió a una vecina que estaba ahí una vela, pero no encontrándose una a mano, le preguntaron a la enferma por el lugar donde solía guardarlas corrientemente, a lo cual ella señaló con el dedo el sitio donde tenía las que le habían regalado anteriormente en las procesiones.
La vecina hizo lo que se le ordenó, pero no encontró nada.
Aquí solo hay unos "huesitos" dijo y la ropa recién lavada de la señora.
Extrañado el señor Cura tomó en sus manos uno de aquellos huesos y al comprobar que eran humanos, se horrorizó y tirándolo a un lado hizo la señal de la cruz y se santiguo.
Sin poder explicarse aquello, el sacerdote procedió de inmediato a confesar a la enferma revelando ésta la rara procedencia de esas piezas humanas. Explicando luego su caso.
Manuela, le dijo, no puedo absolverte en nombre de Dios, Nuestro Señor, si no vas al cementerio a devolver eso.
Ya ve doña Manuelita, lo que le pasa por variar sus costumbres. Esa procesión que Ud. vio pasar es la procesión de las ánimas benditas, que salen todos lo lunes, a las doce de la noche y mientras no devuelva esos huesos las ánimas le estarán inquietando siempre y no podrá vivir o morir tranquila. Levántese como pueda y vaya al cementerio a enterrarlas y que Dios le dé fuerzas.
Gran revuelo causó eso entre el vecindario y una señora ya muy mayor le aconsejó a la enferma que se hiciera acompañar por dos niñitos, porque eso le ayudaría mucho para conseguir indulgencia. Doña Manuelita hizo todo lo que le aconsejaron y como en realidad ella era una buena mujer, no faltaron personas caritativas que le acompañaron en su triste misión al camposanto.
Y dicen algunos, que estuvieron presentes a la hora de enterrar los despojos que cuando echaba el último puñado de arena se escuchó una voz de ultratumba perdonándola.

la carreta sin bueyes

LA CARRETA SIN BUEYES
Vivía en un caserío del antiguo San José, pueblo de carretas, gente sencilla y creyencera; una bruja quien estaba enamorada del más gallardo de los muchachos del pueblo.
El muchacho por su gran apego a su fe cristiana no quería tener nada con ella pero la bruja valiéndose de artificios, lo logró conquistar y así vivir con él mucho tiempo, convirtiéndolo en un ser similar a ella.
Como se puede notar nadie estaba de acuerdo con esta unión, mucho menos el cura del pueblo el cual en sus prédicas denunciaba el hecho, al pasar de los años aquel muchacho, ya mayor, tuvo una enfermedad incurable y pidió a la bruja que si se moría, le dieran los santos oficios en el templo del lugar.
Al solicitarle al sacerdote la última petición de su amado la bruja recibió la negativa debido al pecado arrastrado en su vida.
La bruja dijo por las buenas o por las malas y al morir su hombre, "enyugó" los bueyes a la carreta y puso la caja con el cuerpo muerto, cogió su escoba, su machete y se encaminó al templo.
Los bueyes iban con gran rapidez pero al llegar a la puerta, el sacerdote les dijo "en el nombre de Dios paren", los animales hicieron caso, más no la bruja la cual blasfemaba contra lo sagrado.
El sacerdote perdonó a los bueyes por haber hecho caso y la bruja, la carreta y el muerto todavía vagan por el mundo, y algunas noches se oyen las ruedas de la carreta pasando por las calles de los pueblos arrastrada por la mano peluda del mismito diablo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

colgantes y amuletos mito

Es frecuente que prendidos a la ropa, en los dedos o en la mano (más frecuente en etnia gitana o inmigrantes sudamericanos) o en las sabanillas de la cuna o moisés les pongan algún objeto de color rojo, colgante en forma de mano, o de otro tipo, con la creencia de que ahuyentan espíritus maléficos. En la tradición cristiana es habitual ponerle al niño los escapularios con imágenes de la Virgen o de Santos, o con alguna reliquia (flor, piedrecita) que ha sido bendecida en algún lugar de peregrinación o santuario.

quitar el hipo

Es tradicional que a los recién nacidos y lactantes que tienen meteorismo y presentan hipo por irritación del diafragma, les pongan las madres un hilo mojado pegado sobre la región central de la frente del niño




JOSE DANIEL BUSTANTE GARCIA

DOÑA BEATRIZ

Vivía en la ciudad de México una hermosa joven, doña Beatriz, de tan extraordinaria belleza, que era imposible verla sin quedar rendido a sus encantos.
Contábanse entre sus muchos admiradores la mayor parte de la nobleza mexicana, y los más ricos potentados de Nueva España; pero el corazón de la bella latía frío e indiferente ante los requerimientos y asiduidades amorosas de sus tenaces amantes. Y así pasaba el tiempo; pero, como todo tiene un término en la vida, llegó el momento en que el helado corazón de doña Beatriz se incendió en amores.
Ello fue en un fastuoso baile que daba la embajada de Italia.
Allí conoció doña Beatriz a un joven italiano, don Martín Scípoli, de esclarecida y noble estirpe. La indiferencia de doña Beatriz fundióse entonces como la nieve bajo la caricia de los rayos solares, y sintióse la hermosa poseída de un nuevo sentimiento, en tanto que el joven, por su parte, se había también enamorado profundamente.
Poco tiempo después, don Martín se mostró excesivamente celoso de todos los demás adoradores de la hermosa doña Beatriz, promoviendo continuas reyertas y desafiándose con aquellos que él suponía que pretendían arrebatarle sus amores. Y tan frecuentes eran estas querellas, que doña Beatriz estaba afligida, y en su corazón comenzó a arraigar el temor de que don Martín sólo se había enamorado de su hermosura, de modo que, cuando ésta se marchitara, moriría, indefectiblemente el gran amor que ahora le profesaba.
Esta preocupación embargó su mente y amargó su vida en forma tal, que decidió tomar una resolución terrible, para poner a prueba el amor de su galán. Y al efecto, en el deseo de saber si don Martín la quería sólo por su belleza, un día en que su padre se hallaba de viaje, con un pretexto despidió a todos sus criados para quedar sola en su casa.
Encendió el brasero que tenía en su habitación, colocó enfrente la imagen de santa Lucía y ante ella rezó fervorosamente para pedirle le concediera fuerza y valor con que poner por obra su propósito. Después, atándose ante los ojos un pañuelo mojado, se inclinó sobre el brasero, y soplando avivó el fuego hasta que las llamas rozaron sus mejillas. Luego metió su hermosa cara entre las ascuas.
Terminada esta terrible operación, cubrió su rostro con un tenue velo blanco y mandó llamar a don Martín. Una vez en su presencia, apartó lentamente el velo que le cubría el rostro desfigurado por el fuego y se lo mostró al galán; solamente brillaban en todo su esplendor sus hermosos ojos relucientes como las estrellas. Por un momento su amante quedó horrorizado contemplándola. Luego la estrechó en sus brazos amorosamente. La prueba había dado un resultado feliz, y durante todos los años de su dichoso matrimonio, doña Beatriz no volvió a sentir el temor de que don Martín sólo la amara por su hermosura.
JOSE DANIEL  BUSTAMNATE  GARCIA